Menorca - Primera vez 2006

Miércoles Día 14 - Viaje Granada-Madrid-Mahón

El avión que nos llevó siempre sobre las nubes, nos dejó cerca de un pequeño edificio de recepción de vuelos, también parte de la nueva terminal del Aeropuerto de Barajas. De allí salimos en un tren subterráneo sin conductor ni señalización que nos llevo a la Gran Terminal. El trayecto recordaba al del tren lanzadera de Stanstead Airport y a una película de ciencia ficción y me dio mucha grima no ver a nadie de personal atendiendo a los pasajeros. Unas voces sintéticas lanzaban mensajes por los altavoces, entren, no salgan, agárrense, prepárense, salgan…. Como ovejas sumisas.

Como teníamos casi tres horas por delante pudimos disfrutar de la nueva Terminal a tope. A mi me pareció una obra de ingeniería maravillosa. Me encantó que tuviera tanta luz por todos sitios, no solo en los enormes vestíbulos, salas de espera y zona de tiendas,  a donde llegaba a través de las gigantescas claraboyas con lamas ovaladas que se abren y cierran, sino también en los escaleras mecánicas, en los ascensores trasparentes y en los colores de las grandísimas columnas que sujetan la armazón como de dinosaurio que forma la terminal. Estas columnas van cambiando de cola desde el rojo, al amarillo, al verde y al azul, de forma que cada color indica una zona de embarque distinta. El efecto es espectacular y los resultados evidentes, ayudan a la orientación al despistado pasajero siempre perdido en esos inmensos espacios. Todo quedó reflejado en las fotos que hice y que ahora están el flickr.

En el tiempo de espera en el aeropuerto ya empezamos a relajarnos por fin, y nos tomamos uno o dos cafés, compartimos un cruasán, nos reímos, curioseamos en todas las tiendas de la Terminal, compre la revista Harpers Bazar, en la versión americana, por lo visto porque los precios están en dólares, o en dolores…. 



Nuestro avión a Menorca fue puntual e iba lleno hasta la bandera. Volamos sobre las nubes de nuevo y no fue hasta llegar al aeropuerto de Mahón que no vimos el sol.  Otro aeropuerto en obras. Una Terminal bastante chunga en la que para remate de estar como a medias, se rompió la cinta de los equipajes, se atrancó con las maletas y allí nos quedamos, los pasajeros, como unos pasmarotes, viendo que la masa de maletas aumentaba por la puertecilla de entrada a la cinta y parecía que iba a  haber un alud, como así fue y todo el equipaje acabó en el suelo. Llego el técnico lo arregló, recogimos el coche que ya estaba reservado con OWNERSCAR, por 111 euros, cuatro días, un nuevecito OPEL CORSA GRIS y nos fuimos al hotel.

¡Por fin!!! Aire libre. Y desde que me bajé del avión y olí el aire de Menorca me encantó la isla, ya sabía que me iba a gustar. Alrededor del aeropuerto el terreno es muy llano y se ve tanto cielo en todas las direcciones. El campo ya amarillo y seco, los tanquats asomando entre la maleza, la vegetación pobre, matorrales verdes entre campos amarillos y miles de piedras, millones de piedras, todo piedra: piedras amontonadas para hacer muros que protejan los campos del viento y porque en algún lugar hay que ponerlas si quieres cultivar el campo, dice Pedro.

 Llegamos sin problemas a la playa de SON BOU, hasta nuestro hotel Pingüinos Sol Meliá. Pedro Picapiedra y el tronco-móvil nos reciben en la recepción  del hotel  formado por dos enormes bloques blancos aislados en una inmensa playa preciosa.

Dejamos el equipaje en la habitación y nos fuimos a buscar un lugar para comer en la red de restaurantes, bares y tiendecitas de verano que hay cerca del hotel. En un restaurante chino nos tomamos un menú ya preparado, con rollitos de primavera, pollo con almendras y ternera con salsa de ostras.  Teníamos mucha hambre y nos supo muy bien. Y ya estábamos preparados para empezar.

Pronto nos fuimos a hacer de turistas por la Isla. Lo primero, Mahón. Aparcamos junto a la Iglesia de San Francisco, e hicimos una muy breve visita al interior gótico con columnas decoradas en zigzag y a la placeta con balaustrada. Desde la puerta de la iglesia teníamos vistas al puerto, la base naval y un inmenso crucero trasatlántico allí aparcado.

Bajamos la calle de la Iglesia entre casas bien conservadas y algunas restauradas y todas, todas, todas  con ventanas de guillotina a la inglesa y contraventanas y carpintería de color verde carruaje. Era algo especial. Yo empecé a disparar la cámara y Pedro me cortó diciendo que así no veríamos nada y él me lo quería enseñar todo.

Paseamos durante mucho rato por todas las calles del centro histórico y por todo el puerto hasta cerca del restaurante Recamar, junto a la sirena MO. Subimos unas preciosas escaleras con balaustrada blanca y desde lo alto se veía el fuerte de la Mola a lo lejos, la isla del Lazareto, la casa de Nelson y el hotel Mahón de color rojo y estilo colonial en lo más alto de la ciudad.

En las calles comerciales venden avarcas de mil colores y formas y dibujos pero las mas nuevas y originales las vimos en una tienda del puerto, donde dos chicas las terminaban delante de los clientes. Me probé unas con la tira de adelante mucho más estrecha que lo normal, pero no me quedaban bien.

Tome un heladito menorquín en una heladería tradicional, donde también exponían una maravillosa selección de quesos y sobrasadas locales.  Nos tomamos un café con hielo en una plaza con palmeras en un bareto pequeño con un camarero malafollá que no sabía ni como iba el partido España-Ucrania, y nos miró casi con desprecio por preguntar. Al poco un coche con una bandera nacional con el toro recorría las calles del centro dando bocinazos para demostrar su alegría por la paliza que España le había dado a Ucrania 4-0 (Total para lo que sirvió)

Vimos casi todo lo mas importante de la ciudad, las iglesias, las plazas, los edificios modernistas y art deco, el antiguo mercado del Carme, convertido en centro cultural, donde una orquestina infantil recogía los bártulos tras el ensayo, la Iglesia de Sta Maria, por dentro y por fuera, la torre de la Muralla, todo…. y nos volvimos a Son Bou.

Con la comida del chino no teníamos mucha ganas de cenar y solo nos tomamos unas cervezas en un bar y otras sin alcohol de la compra que hicimos en el súper, junto al hotel,  y los bocatas que yo había hecho a las cinco de la mañana y que parecían chicle. Pero estábamos tan cansados….

 Jueves Día 15 de Junio Día del Corpus

Intentamos buscar una cafetería para tomar el desayuno, pero la del hotel estaba cerrada y a nuestro alrededor la gente obviamente no estaba por abrir los negocios a las 8.30 de la mañana: así que desayunamos en el buffet del hotel. Cogimos muchísimas fuerzas porque lo probamos todo, menos los cereales y el te, y los huevos fritos.

En la carreterita que nos llevaba a la principal hay una pequeña desviación al poblado prehistórico de Torre d’en Galmes, situado sobre una colina y allí que nos fuimos a ver las ruinas de las casas-cueva hechas con piedras y excavadas en el terreno. Los bloques enormes haciendo de techo de las viviendas. Fue un poblado importante y todo estaba muy bien explicado y señalizado. Nos cobraron por la visita, pero si vas en invierno (y lo encuentras) es gratis. Había dos grupos de escolares visitando las ruinas, en sus días últimos de curso. Parecían hormiguillas haciéndose fotos en todos los riscos y también había un equipo de arqueólogos limpiando la excavación que me recordó el verano que Nico y yo pasamos en Gandesa con los arqueólogos excavando una necrópolis íbera.

 El chaval de la taquilla fue muy agradable y le compré una pequeñita guía de Menorca con los lugares que no nos debemos perder. Y los hemos visto prácticamente todos. Hice fotos de las piedras y también de un caserío, rojo precioso, señorial, decadente justo allí enfrente. Tenía toda la historia de la isla metida en sus tierras y en sus paredes. Creo que me gustó más el caserío que el poblado. Tenía una galería con arcos de bordes blancos y había bancos en el patio de entrada y ventanales y puertas verdes. El color verde inglés de todas las ventanas de Menorca.




 

Desde allí nos dirigimos a Ciudadela, pero antes paramos a ver la Naveta de Tudons, la típica foto de monumento prehistórico de tofos los antiguos libros de texto de nuestra época. Es la mejor conservada y por eso la más conocida. Desde la carretera se adivinaban unas piedras, pero había que entrar en el recinto, andar unos cuantos metros por el camino seco junto a los cultivos y los olivos y las excursiones de turistas bajo un sol achicharrante para llegar a otro recinto mas encerrado donde aparecía el enorme barco vuelto al revés que es la naveta, una cámara funeraria que también se podía visitar en el interior, pero que solo vimos por fuera y nos hicimos las fotos de rigor.

                Ya en Ciudadela aparcamos fácilmente en la Avda de Jauma I el Conqueridor y nos paseamos arriba y abajo por una ciudad pequeña, recogida, coqueta, muy bien conservada y cuidada y preciosa por todos sitios. Hay plazas casi renacentistas donde unos palacios se asoman a ellas con logias inmensas como las que vimos en Génova.  Era la Plaza del Ayuntamiento y desde ella se veía la pequeña riera que es el puertecito de Ciudadela. En la calle que desciende hacia el agua hay montones de tiendas de avarcas, de ropa, de recuerdos... Se estaba preparando la Fiesta de San Juan y los escaparates y las calles lucían el estandarte que pasean los caballos, las banderas granates con la cruz blanca. Los carteles anunciaban los festejos.

            Me encantó la ciudad y que me quedé con ganas de sentarme en una terracita a disfrutar del buen ambiente que había por todos sitios. Me hubiera gustado visitar  por dentro alguno de los magníficos palacios. Esas puertas, esos zaguanes, columnas, inmensas ventanas, galerías corridas en lo alto. Algunos estaban muy limpios y restaurados, otros tenían un melancólico aire de estar a punto de caerse. Es igual, todos eran preciosos.

                Dejamos y nos dirigimos al sur de la isla, a Cala Galdana, entre campos de cultivos mediterráneos y paredes de piedra, por una carretera estrecha y antigua. Antes de bajar a la Cala, nos asomamos al Mirador de Sa Punta y desde allí un enorme monstruoso edificio Sol Meliá Hotel destacaba sobre todas las cosas. Fotos y bajamos a la playa entre urbanizaciones donde afortunadas familias poseían casas que nunca serán nuestras.

                En la playa dejamos el coche, compramos ingredientes para bocatas y agua, nos tomamos una buena cervecita fresca en un hotel-Spa a un lado de la cala y cogimos el sendero para ir Macarella. El camino iba entre pinos y piedras y era estrecho, mas tarde se convirtió en una pista tranquila que seguimos hasta que la cala turquesa de Macarella se veía al fondo. Era preciosa desde arriba, el paisaje, con el mar al fondo, la cala, los pinos el sol, era una maravilla, pero no nos bañamos, el agua estaba llena de algas y desde cerca la playa no era tan maravillosa. Creo que fue aquí donde descendimos por unas escaleras de madera altísimas hechas en la ladera de la montaña por una experta escuela taller. Todo aquí esta muy cuidado.

Solo nos mojamos los pies y quisimos seguir a Macaralleta, pero el camino se ponía imposible, así que nos volvimos por el mismo sitio, pero viendo mas el paisaje, y asomándonos a los miradores y haciendo mas fotos.

En cala Galdana, tranquilamente sentados en un banco junto al pequeñísimo puerto deportivo que se podía cruzar con un elegante y sutil puente, nos comimos el pan con jamón que habíamos paseado inútilmente por esos senderos de dios.

Como aun  era pronto, porque como vamos tan de bulla se nos hace siempre temprano, nos llegamos a Mercadal, un pueblo pequeño en el interior de la isla. Solo tenía tres tiendas, un café, una heladería, dos pastelerías y una iglesia con una miniplacita y un súper donde compramos cerveza sin alcohol y agua. En uno de los bares nos tomamos un café y un helado atendidos por una amable camarera paraguaya que decía que en Menorca lo único bueno son las playa, que en el interior no hay nada. Pero yo no lo vi así, a mi el interior también me gusta, el campo me encantó; tenía el color dorado del mediterráneo, del Ampurdan, de las balas redondas de cereales, entre los cercados de piedras. Me gustan.

De Mercadal nos fuimos a Cala en Porter. Allí bajamos con el coche hasta la playa, que ya se estaba quedando vacía. Los últimos rayos del sol llegaban a ras de suelo entre los pinos. Solo unas fotos para el recuerdo en esta playa y nos subimos al pueblo para llegarnos al famoso bar cueva en el acantilado. Creo que debieron hacerlo en los años 60 y ser entonces lo más de los más. Ahora se ve decrépito, totalmente out, a pesar de lo espectacular del emplazamiento. Además te cobraban la entrada con derecho a cerveza incluido; se suponía que allí se pasaba la tarde a esperar que el sol se hundiera en el mar; pero nosotros como que salimos corriendo, sin terminar la cerveza y sin ver al sol hundirse.

Nos volvimos a Son Bou, al hotel; ducha y cena en el buffet con miles de personas y niños ¿Es que nadie trabaja o es que los niños no van a la escuela?

Nos dio tiempo para dar un paseito hasta las ruinas de la basílica paleocristiana, justito al lado del hotel. Yo andaba con mis fotos con miles de ISOs para que saliera algo en la luz del crepúsculo y entonces vimos una nube enorme y alargada que cruzaba el cielo de parte a parte y que llevaba con ella como un tornado que nos sopló durante unos minutos y se fue.

Al día siguiente nos enteramos de que ese mini tornado había ocasionado un destrozo considerable al llegar a la costa de Ciudadela: una risaga le llaman allí. De pronto el mar se lleva el agua y la devuelve con fuerza a la orilla, o al puerto como un pequeño tsunami. Eso hizo en la riera y arrastró los barcos del puerto y los devolvió en un amasijo que se empotró en en el puente.   ¡El mismo puerto donde estuvimos por la mañana, ahora estaba destrozado, y además vimos el tornado?!!!!!! Brujería.

 Viernes 16 de Junio

Fuimos a Alaior  a hacer unas compras y vistamos el pueblo bajo la lluvia. Subimos a la Iglesia de Sta Eulalia, que están restaurando y desde arriba del pueblo bajamos por calles cuidadas y resbaladizas hasta que nos refugiamos en el Ayuntamiento buscando la oficina de Información Turística, que no abría hasta las 10.30.  Era temprano de nuevo. Tomamos un café en la Plaza de la Constitución frente al casino, un buen cafelito, pero la oficina seguía cerrada. En el súper de enfrente una dependienta muy amable nos explicó donde comprar un excelente queso autentico menorquín y nos dijo que no nos lleváramos el del súper, que era para turistas. Así que nos llegamos a la fábrica de quesos Torralba, a las afueras del pueblo; pero es tan pequeño que no tardamos ni diez minutos andando.  En la Oficina Joven una chica también superamable nos mandó allí y nos explicó cómo llegar, y donde encontrar una tienda de avarcas.

El hombre de los quesos me dejó hacer fotos de las estanterías, que estaban a rebosar y nos vendió uno buenísimo… (Hoy que es 14 de septiembre de 2006 y escribo esta crónica, recuerdo que solo hace unos días que acabé con el queso, que casi todo me lo he comido yo, y que estaba delicioso: fuerte, curado y sabroso y bien hecho). También compramos sobrasada.  Allí cerca estaba la zapatería y la señora zapatera, mas aburrida que una ostra, charló con nosotros un buen rato. Yo me compré unas sandalias sin tira de atrás azul marino, pero con la plantilla más cómoda que las abarcas normales.

Nos fuimos para Mahón, pero antes de llegar paramos a ver la Taula dÁlt. Otro poblado prehistórico, grande, precioso y lleno de misterios. Tenía una cisterna con abrevadero en la entrada del siglo XIX. Había cuevas, casas y hasta un santuario, un lugar de culto prehistórico, piedras, tanquats y nubes negras y rayos que se veían alrededor y que nos acompañaban desde el desayuno que ya llovía con ganas.

En Maó, dejamos el puerto a un lado y cruzamos hacia la Fortaleza de la Mola por detrás de la base militar.Por 7€ pudimos ver fosos, troneras, cañones, las vistas del puerto, el hornabeque o Hornworks, galerías subterráneas y los pabellones abandonados del antiguo Cuartel de Infantería. Además de visitar la tienda de recuerdos y los servicios, claro! Toda una colina a disposición del ejército. Al menos se ha salvado de que la urbanicen.Llovía, salía el sol. Hice mil fotos de la ría, del puerto, de las construcciones militares.

Tuve otra llamada al móvil: cuando estábamos en Mahón el jueves por la tarde, me llamó Paci porque había leído en mi blog que nos íbamos a Menorca y resulta que ella también tenia planes de venir este fin de semana. −¿Cuándo te vas?−. Me dice.  Y yo digo, −Pero si ya estoy aquí, en Menorca. Hemos quedado en vernos el sábado.

Desde la Mola nos fuimos al Arenal del Castell. Un pequeño pueblo o poblado con una cala preciosa, azul turquesa, como siempre. Pero justo cuando nos bajamos del coche. El calor nos dio un bofetón que nos pilló desprevenidos después de la lluvia de la mañana temprano y nos fuimos de allí enseguida.  Siguiendo la línea de la costa por el norte llegamos hasta el pueblecito de  Fornells, en una preciosa y enorme bahía.  El reino de la caldereta de langosta. No la comimos claro, no nos sentamos nunca a comer a mediodía, y menos con el calor que hacía: no nos apetecía tomarnos un plato sopero con abundante  pan tostado en rebanaditas de esa sopa, aunque dicen  que está muy buena pero que no es para pagar 65€ por plato, porque la langosta casi no la ves.  Además de que el buffet del desayuno daba energía para el día entero.

Dimos otro paseito bajo  el calor y la luz blanca de las casas del pueblo. Mas ventanas verdes, mas rincones pintorescos, mas fotos. Tomamos una cervecita refrescante y nos pusimos el bañador, pensando en darnos un chapuzón en cualquier sitio.Desde allí nos fuimos a ver el fin de la Isla; la punta más norte: el Cap de Caballería, el faro del fin del mundo. Un lugar al viento, pelado, descarnado y emocionante. Una brevísima vista al museo eco-cultural y a la playa, por fin.

Llegamos por una pista de tierra casi escondida a una cala con restaurante, Binibella,  pero allí cerca no nos quedamos; solo dejamos el coche junto a una charca y unos carrizos, con sus patos y todo y echamos a andar hasta que por fin de verdad, por fin, llegamos al paraíso: Cala Pregonda. Pero no era verdad que estuviéramos perdidos en las calas: Había mucha gente, no muchísima, pero gente; y eso que había una buena caminata desde el coche. Es el mejor sitio para bañarse que yo he visto nunca: agua limpia, transparente, tranquila, fresca,…. Demasiado. No words. Yo me remojé un rato y descansamos un poco, pero poco; somos así. Enseguida nos fuimos.

Por carreterillas pequeñas, mucho más apropiadas para la bici volvimos por el interior de la isla hasta Mercadal, donde estuvimos el día anterior. Nos dirigimos de nuevo a Maó y de allí ahora hacia la costa del sur para verla un poco aunque fuera desde el coche. Llegamos a Punta Prima, que se veía un pueblo tranquilo y familiar con la arena blanca y finísima y un precioso faro de rayas al fondo de la costa.  Bordeándola despacito llegamos a Biniveca Vell para que yo viera el típico pueblo de postal falso menorquín, y por carreterillas de nuevo interiores, por Sant Climent y cerca del aeropuerto a la carretera principal y a casa.  Ufff

 Sábado 17

Quedamos con Paci y Elena en Ciudadela. Nosotros llegamos pronto y con tiempo para dar un paseo y asomarnos a ver el puerto tras la risaga. Daba pena verlo asi, con los barcos rotos, pero poco a poco todo volvía a la normalidad. Pedro se compró unas avarcas clásicas de toda la vida y cuando llegaron Paci y Elena volvimos a la tienda para que ella también se comprar otras ya más refinadas, rojas como las que yo me compre en Palma hace dos años.

Con el consejo de Elena, que es la que conoce bien la isla, por algo tiene una casa allí, decidimos ir hacia el norte a buscar las calas para bañarnos. Encontramos un lugar maravilloso. Se deja el coche en el aparcamiento bajo los pinos, pagas 5€ por coche y tienes que andar por una caminito de lo más agradable hasta que llegas al mar. Así todo esta limpio, controlado y tranquilo, no hay masificaciones  las playas son maravillosas.

El nombre es raro, algo así como Algariniers: pasamos la primera cala y la segunda y fuimos hasta la tercera cala, saltando como cabras locas por las rocas, bajo la supervisión de Paci, la cabra mayor. Pero merecía la pena: allí si que se estaba a gusto, y estuvimos mucho rato bañándonos untándonos en crema tomando el sol, charlando. Arena blanca y fina y llena de algas, señal de que están limpias. La cala, el agua, el mar, las rocas con pinos, los veleros a lo lejos, poca gente…. ¿Qué más se puede pedir? A pesar de que la posidonia, el alga de las aguas limpias y sanas, da un aspecto siniestro a la orilla y al agua, todos nos bañamos hasta Pedro se zambulló.

No llevamos más que agua mineral y un puñado de nueces que Paci compró en Ciudadela en uno de los quioscos preparados ya para la feria en la plaza del Born, pero no llevamos ni bocatas ni fruta.  Pedro y yo con nuestros desayunos buffet ya teníamos bastante energía pero Paci tenia hambre  y no dijo nada.

Allí estuvimos unas dos horas o más y solo nos fuimos porque queríamos conocer otros sitios tan maravillosos como ese.  Volvimos a Ciudadela a recoger nuestro coche alquilado, que tenia una multa de aparcamiento, y con los dos coches nos dirigimos hacia el sur a buscar la Cala Turqueta. El paisaje a ambos lados de la carretera era diferente, al norte, de montaña con pinos y algún caserío aislado y pastos entre sembrados ya amarillentos, al sur, más seco con olivos y chaparros y algunos cultivos, con más caseríos y menos montañoso, y eso que hay muy poca distancia entre el norte y el sur.

Volvimos a dejar el coche en un aparcamiento y volvimos a tomar el camino de la playa, esta vez sin pagar peaje. Otra cala azul turquesa desde lo alto, desde cerca estaba llena de algas que la volvían marrón; el viento soplaba muy incomodo y no apetecía bañarse, así que decidimos andar por un sendero sobre los acantilados que iba en dirección a cala Macaralleta a donde nosotros no habíamos podido llegar el día antes. Pero esta vez tampoco llegamos, aunque fue un paseo estupendo entre rocas y arbustos verdes y brillantes y con el hermosísimo mar azul turquesa  a nuestro costado. Pero nos estábamos achicharrando sin darnos cuenta, con la brisa, la conversación y el cachondeo, a pesar de que teníamos crema; no era suficiente para tanto sol. Mi lomo parecía una langosta sin caldereta. Bajamos por el sendero a la Cala Turqueta, soltamos las toallas y al agua.

                 No hice más que atravesar la barrera de posidonias y antes de alcanzar la zona limpia del agua  sentí un pinchazo en el muslo, encima de la rodilla. ¡¡Malditas medusas!! Menos mal que Elena, la previsora Elena, la doctora, iba preparada para esa emergencia. Me echó un montón de vinagre  y el picor se me pasó casi del todo. Luego, mas agua de mar y por ultimo una pomada con cortisona y ya era la hora de volver.

                 Aunque acabamos agotados y achicharrados de tanto sol fue un día estupendo. Charlamos un montón y disfrutamos del mar y las playas y los senderos. Es verdad que la primera cala fue mucho mejor, por paisaje y por tiempo; en la Cala Turqueta, además de la medusa, no hacia un día tan agradable. Pero lo pasamos muy bien juntos. Paci dijo de irnos  a cenar los cuatro a Maó, pero nosotros teníamos que madrugar al día siguiente; ellas no volvían hasta el lunes a Barcelona. Así que allí en el aparcamiento nos despedimos y Pedro nos hizo una foto a las tres payasas que yo luego retoque con el fotoshop y puse en el blog, como si nos hubiéramos metido vestidas en el agua. Ja, ja.

 Al llegar el hotel, la ducha, el equipaje y la última cena. Después un paseito por los alrededores del hotel y a dormir. Mañana va a ser un largo día.

 

 

 

 

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Lo mas visitado